Mazacote de piensos

Ayer era viernes, fuimos a cenar y no estabas. Y tu ausencia pesó, y dolió. No un dolor punzante de esos que no dejan respirar, pero sí como una punzadita molesta que te recuerda que algo ya no está. Que alguien ya no está.

Qué cosa tan extraña esto de la muerte. Ver la vida apagarse. Esa vida que era una fuerza casi inquebrantable. Y que aunque el dolor te ensombrecía la mirada, siempre sabíamos –desde la fe– que aquí seguirías, que como siempre regresarías contando tus historias, repitiendo tus inolvidables frases, juzgando el canto y la belleza ajena…

Y cómo no ibas a hacerlo, si tú eras “La Bonita”. Si tu hermano, para quien –con todo y sus amores fallidos– tú eras la que necesitaba hacer “pedazos tu espejo, para ver si así dejo de sentir tu altivez…”.

Podría hacer una lista eterna de lo que me enseñaste sin sermones ni sonsonetes adoctrinantes, sino con tu ejemplo, con tu entereza y con esa mente tuya que era más rápida que cualquier calculadora.

¡No te vayas!

Y aunque ya sabía que nuestro viaje, que pasó por varias etapas, se estaba acabado, siempre deseé en el fondo de mi corazón que fueras eterna, que estuvieras siempre ahí sentada, juzgona y traviesa, todos los viernes o los sábados con tu fabada y tus bisquets.

94 años no fueron suficientes. Nos vemos pronto, Abu.

Don Toño y el americanismo

Me gusta decir que le voy al América solo por ver las reacciones de la gente. Es como mi experimento social porque en realidad, ya llegué a ese momento donde las competencias de masculinidad, me dan igual.

Me encantan los deportes y el modo competencia me trastorna pero de eso a apasionarme y romper la tele por un equipo, no gracias.

Y las reacciones de la gente pues dicen mucho de ellas, desde los que se sienten decepcionados de mí y me lo dicen, hasta los que se explican mi personalidad a partir de eso y, los más inteligentes –siento–, son aquellos que saben que solo lo digo a modo de provocación y responden con algún chiste. Siempre respeto mucho a los que manejan el humor y la sagacidad.

Pero Don Toño, es una cosa aparte. Quizá en algún momento de su vida sí pudo romper una tele a causa del América pero también ya maduró y ahora, cuando sabe que se le está subiendo la pasión junto con la presión y el colesterol, mejor se aleja y apaga el internet.

Pero ayer su equipo no lo defraudó y conquistó su décimo cuarto campeonato. Sabía que estaba feliz, pero este pienso suyo se ganó mi corazón:

Qué les puedo decir, se logró, se logró, se logró. Por fin mi América de toda la vida logró obtener su 14 copa que lo acredita como campeón del torneo de liga de futbol en México. Ahora sí, estoy pleno de gusto y alegría y voy a vivir este campeonato como ningún otro. Ustedes se imaginan el tiempo que llevo resistiendo los embates de muchas personas cuando desde niño soy americanista, comenzando desde mi familia de origen pero nunca me di por vencido. Poco a poco me fui haciendo de aliados dentro del núcleo familiar, pues me puedo jactar de que logré que muchos de mis sobrinos se hicieran americanistas. Después formé una familia que también se hizo americanista y poco a poco logré hacer amigos americanistas. Debo agradecer al antiamericanismo que me ha ayudado a forjar mi carácter y a no dudar ni tantito de mi fe y pasión por ese gran equipo de futbol que es el América.

Tonches, Diciembre 2023

Arriba y que chasm el América. Todo junto.

Que alguien me explique el 2023

Una salió del 2020 o 2021 diciendo, «¡uff, qué buena despeinada!», pero pues, al menos para mí, el 2023 me ha llevado a explorar recónditos lugares de mi mente y emociones. Como cuando haces yoga por primera vez y te duelen músculos que no sabías ni que existían.

Empecé el año con un dolor bien raro en los pies, como cuando caminas mucho, nomás que lo sentía todo el tiempo, así estuviera sentada. Que eso se llama fascitis plantar, me dijeron.

Pasé en fisioterapias y masajes con una pelota casi 10 meses, hasta que la terapeuta se desesperó y me puso los toques directo en los puntos de dolor. Santo remedio.

Mientras que estar de pie era una tortura contínua, me tocó cruzar caminos con varios personajes bien distantes de lo que conocemos como seres promedio. Y no es que tenga nada de malo ser seres promedio, pero es que cuando desaparece tu hijo y de la pena armas un grupo de madres buscadoras y te le plantas al gobierno, o recostruyes tu vida a partir de la lucha libre, o haces un documental super aesthetic en el que denuncias deficiencias del sistema judicial en México o cuando vives con una discapacidad y haces la serie más divertida de la época, pues fácilmente sales del promedio.

Y estoy tremendamente agradecida que de toda esa gente y más me tocó aprender este año. Y aunque a cada uno de esos encuentros le entraba con miedo, (Natalia no sabe cómo temblaba con cada WhatsApp suyo) era de ese miedo que, lejos de paralizarte, es como un cuete en el funilín (así le decía el Cha-Cha al culo) que te activa y te pone en modo alerta y esponja 24/7.

No tengo pruebas, pero tampoco dudas, de que este también ha sido el año de mi vida en el que más he viajado. Despedí el año pasado frente al Lago Leman viendo como se ocultaba el sol del último día del año y recibí el amanecer camino a Arolla, la montaña cubierta de nieve más épica que he visto en mi vida. Bueno, así nevada de cerca, solo había visto el Nevado de Toluca, así que mi capacidad de asombro no es que haya sido muy tentada.

De esa excursión a la montaña es que regresé con los pies lastimados. Los dolores me duraron hasta por ahí de octubre. Y así, con pies punzantes y todo me lancé a Las Vegas, Londres, (¡por fin conocí Stonehenge!), Los Ángeles, también conocí la librería más increíble del universo (tampoco conozco muchas) en Portland y cuando creí que la temporada viajera estaba llegando a su final, recibí la noticia de que había sido seleccionada para ir a Seúl. Wow.

Nomás que a los dos días de llegar a Seúl, al salir de cenar, me caí de las escaleras y fin del viaje. Bueno, más bien el principio de otro viaje en el que me la he pasado contando bendiciones. (Después de claro, varios días de recriminarme haber arruinado el viaje de mis sueños por torpe y distraída).

Agradezco infinitamente, primero que todo, este trabajo y esa jefa que me consideraron para hacer ese viaje, esa empresa que sabe que trabaja con humanos y busca la forma más, mmm, ¿humana? De hacerlos trabajar. Todo este rollo para explicar la enorme bendición de poder viajar en business en los vuelos de más de 3 horas. Que ese mismo trabajo te de un seguro internacional de gastos médicos donde no solamente cubrieron el costo del tratamiento, sino que incluye la ayuda y asesoría para atenderte en un país donde no utilizan ni tu mismo alfabeto.

Gracias también a ese maravilloso trabajo que me permite trabajar en mi casa teniendo el pie cómodamente arriba y la flexibilidad para ir a mis citas médicas y fisioterapias. Que también cubre el seguro.

Espérense que sigo con las bendiciones.

A todos esos amigos y conocidos que me escribían con un “¿Cómo te ayudo?” Y que mi gran grito de ayuda era: ayúdenme a conseguir un ortopedista porque la que conozco está de viaje. Y me ayudaron y llegué con uno que además se especializa en deporte y puede ayudarme a que pueda volver a correr o a hacer caminatas sin que me dé lumbalgia. Gracias.

Gracias también a ese esposo mío y a la terapia que tomé, justo antes de caerme, donde trabajamos mi incapacidad para pedir ayuda. Hagan de cuenta que la vida dijo: “¿ah, ya entendiste? Bueno, ahí te va una prueba máxima. Dos semanas sin poder moverte como te gusta, a ver si así pones en práctica la pedida de ayuda”. Y pues no me quedó mucha opción. Desde pedir que me presten su brazo para apoyarme, que me rellenen la taza de café o que me llenen mi botella/quinqué de agua. O a guardar mi ropa, o a calentar mi comida o al poli a subirme mis uber eats, o a mis papás que me lleven a la fisioterapia. Y NADIE ME HA DICHO QUE NO.

Y la que más sufre pidiendo todo eso, soy yo. Pero también, así como el dolor de los tobillos va aminorando, también la vergüenza, culpa o malestar por aceptar que necesito ayuda y no hay nada de malo en pedirla, pero sobre todo, en recibirla. Porque al final la ayuda, es cariño y así como la abundancia, también me merezco ese cariño y la mejor forma de recibirlo es agradeciéndolo.

Así que, desde este su humilde blog, gracias, GRACIAS, GRACIAS infinitas a todos. Ustedes saben quienes son.

2024, no puedo esperar a ver qué te traes. No, en serio no puedo, Diamandina me debe una lectura de tarot.

The Woman in Me, de Britney Spears

Cuando digo “me gusta leer”, creo que la gente me imagina leyendo ensayos de Susan Sontag (y debería) pero en realidad, la mayoría de las veces, estoy leyendo la cosa fácil que de alguna forma me relaje, ya sea riendo o transportándome a realidades muy distintas de la mía.

Por eso, cuando vi que Britney estaba por sacar su autobiografía dije: se compra.

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Y todo bien. Es un libro de enunciados simples donde Britney narra los hechos que la llevaron a famosos derrumbamientos como intempestivas rapadas o señales soeces a las cámaras con el dedo medio, entre otras.

Y mi conclusión, además de comprobar que el meltdown no te avisa y cae cuando menos lo esperas, frente a la mayor audiencia posible (me pasó) es que así como podríamos decir que Britney es resultado de la maquinaria mercadológica de cuando las disqueras tenían presupuestos y relevancia, también podríamos decir que su derrumbe mental (sobretodo) y profesional, se lo debemos a que esa maquinaria está sostenida sobre nuestro nada bello patriarcado tóxico que todo lo corrompe y lo destruye. Salvo si eres el privilegiado del sistema (ejem, Timberlake) que por el mero hecho de nacer blanco, cisgénero y hombre, te vuelves casi como intocable.

Si haber sufrido un colapso emocional en una sala de juntas, me está atormentado todavía 24 horas después de sucedido, no quiero pensar qué sería de mí si, de la nada, mi supuesto esposo cariñoso y protector me arrebatara a mis hijos mientras que mis padres me limitaran a decirme que soy una miseria, antes de procurar ayudarme o tan siquiera acompañarme. Creo que me raparía, de menos.

También pensé en este sistema del clickbait, de vilipendiar personas solo porque su famosidad nos da derecho, de cómo se nos hace fácil buscar el encabezado jocoso, sin detenernos a pensar que sentiríamos si eso se dijera de nosotros.

Y no quiero ponerme moralosa, yo misma sé que bajo el escudo de “autor: staff” le he dado vuelo a mi creatividad sin miramientos ni empatía.

Y admiro profundamente a quienes bajo esa presión han logrado priorizar su salud mental, y le han perdido el miedo a decir que no. Sin miedo al fracaso (esa es la verdadera valentía).

Ese momento canónico que fue Weekends with Adele

Nunca pensé que fuera lo que fue

No sé qué pasó, pero al primer «Hello», mi cara se desvaneció para dar paso a un llanto que parecía imposible de controlar. De pronto se agolparon pensamientos de cuánto me costó llegar aquí, de cuántas cosas buenas se tuvieron que conjugar para que mi bello trasero estuviera aposentado en una de las gradas del Caesars Palace y que junto a Chacho_Alvarez y mis hermanas, pudiera escuchar en vivo a esa voz que me ha acompañado en los momentos más oscuros, y que sin embargo, ahora, escucharla en vivo fuera un momento tan luminoso.

A chillar.

Daydreamer, Chasing Pavements y Hometown Glory me acompañaban en mis sesiones de llanto por allá del 2008 cuando esa horrible voz interna me decía que mi vida sería siempre igual, que no había posibilidades y que sí, los sueños pueden ser muy grandes, pero que las posibilidades reales son ínfimas y que quizá una nació para solo eso, para soñar.

Should I give up?
Or should I just keep chasin’ pavements
Even if it leads nowhere?
Or would it be a waste
Even if I knew my place?
Should I leave it there?
Should I give up?
Or should I just keep chasin’ pavements
Even if it leads nowhere?

Chasing Pavements, Adele 19

Sé que este año es una montaña rusa de emociones porque varios de mis acompañantes de vida favoritos (músicos) andan dando conciertos en vivo y que cada uno será un viaje emocional diferente, pero nunca, nunca imaginé que Adele creara ese momento canónico de hacerme sentir que estaba viendo algo que jamás se iba a volver a repetir y sobretodo, que trajera al presente aquellos momentos en los que ni siquiera me sentía digna del amor y reconocimiento de alguien más.

Next time I’ll be braver
I’ll be my own saviour
When the thunder calls for me

Turning Tables, Adele 21

Sí, vista desde mi perspectiva cínica, Adele es una increíble showoman y tras este halo de diva que ahora tiene (a diferencia de la Adele al natural que conocí en 2006) se crea un sentimiento de un momento mágico. Y vista desde mi ojo fan, pues qué privilegio verla en su momento prime, con la voz en su mejor nivel, y que por más que le suba a todo con el audio en loseless dolby atmos y audífonos noise cancelling se escuchará igual. Y ella además, siempre acompañada de esa sinceridad y vulnerabilidad que quiensabe si sea falsa u honesta, es algo que solo a ella la caracteriza.

«Sí, chicas, traigo Spanx de cuerpo entero, por supuesto que lo uso y ahora no me puedo ni sentar» y anécdotas así, aderezan toda la experiencia.

Y aunque se revivieron esos lugares a los que me mentecita me llevó en el pasado, también se pudo volver al presente, donde I Drink Wine es el nuevo himno

Why am I obsessin’ about the things I can’t control?
Why am I seekin’ approval from people I don’t even know?
In these crazy times, I hope to find somethin’ I can cling on to
‘Cause I need some substance in my life, somethin’ real, somethin’ that feels true

I Drink Wine, Adele Adkins

Larga vida a la música y a esos artistas que crean obras de las que una se puede agarrar siempre.

La música y yo

La música siempre ha sido una parte importante de mi vida. Desde niña, corría a quitar los discos de José José porque me deprimían y la canción del Ecoloco del disco de Burbujas porque me daba miedo. Podía bailar y dar vueltas por horas oyendo en repetición ad nauseam Mama dame 100 pesetas de Raffaella Carra, que por cierto yo localizaba a «100 pesitos» porque tenía más sentido para mí. Siempre hago eso. Soy Leo.

Pero no me voy a jactar de melómana porque quienes lo hacen, generalmente se inclinan por un gusto musical sofisticado, que incluye más brit pop, grunge o el anaquel de «alternativo» de Mix Up. En mi adolescencia era más Chica 97.7 que Rock 101, y por alguna razón no podía parar de escuchar Joyride de Roxette; pero el disco completo porque mi favorita era Knockin on Every Door. Quizá una semilla rockera habría en mí.

No recuerdo si mi primer concierto fue Parchis o Timbiriche, pero sí recuerdo que no podía parar de escuchar Acelerar a todo volumen en el tornamesas de casa de mis papás.

Cuando mi abuelita Juana me decía que no podría heredarme nada, yo le decía: «claro que sí: una de sus consolas»; y era un acuerdo tácito. Incluso llegó a decirme, cuando me mudé de casa de mis papás, que ya me la llevara. Pero mi desidia triunfó y el día que ella emprendió el viaje al arcoíris, muchas cosas desaparecieron de su casa, entre ellas las dos consolas. Ni modo.

Luego empecé a descubrir que el anaquel de «alternativa» en Mix Up no estaba tan mal y había cosas que me gustaban y que sin saber, ya las escuchaba porque las pasaban en Alfa.

(¿Ya me dieron unfollow?)

Entonces me empecé a aburrir de las canciones de siempre, llegó el primer iPod y empecé a robar música de las bibliotecas de los melómanos de verdad. Descubrí a Leonard Cohen, Elvis Costello y un programa británico llamado Later with Jools Holland.

Por trabajo, empecé a viajar mucho a Los Ángeles pero viviendo con un sueldo de periodista junior, mi máxima diversión era irme a meter horas a Amoeba a escuchar discos gratis.

Por cierto, ¿qué onda con Jools y la cantidad y calibre de sus invitados? (Kudos a ese booker).

La cosa es que muy a pesar de vivir la adolescencia en audífonos, no podría decir que soy fan aguerrida de alguien. No es que me sepa vida y obra de los músicos que me gustan ni tampoco que me sepa todas las letras. De hecho, pocas son las canciones que me sé de memoria y SIEMPRE les cambio la tonada. Pero disfruto montones la música en vivo y los conciertos tienen una magia que me resetean el cerebro más y mejor que horas de terapia y me regresan a mi centro. En serio, no sé cuál es la magia.

Blur en Wembley

La primera vez que fui a Coachella, invitada como prensa a cubrir el viaje de dos ganadores de una promoción, sentí que había llegado al lugar donde realmente pertenecía. (Más de eso aquí).

Y ese mismo sentimiento de magia, lo sentí el sábado 8 de julio en el estadio Wembley de Londres.

Cuando B for Beretta me dijo que tenía boletos extra porque ella, como buena y verdadera fan, sí se había levantado a las 4 am para comprarlos, mi cerebro se apagó y aceptó la transacción. Sonaba tan fácil.

Y la verdad que lo fue. El boleto de avión costó como lumbre pero tampoco nunca había realmente viajado a Londres para conocer la ciudad. Fui muchas veces en viajes de 48 horas para cosas de prensa, pero nunca realmente me di el tiempo de caminar por las calles y enterarme de los barrios y humores londinenses.

Todo eso pasó esta semana, pero el concierto de Blur en Wembley rápidamente se convirtió en uno de los favoritos en mi vida.

Sí, tuve que repasar canciones porque como ya se explicó, no soy fan aguerrida y valió la pena porque ellos son los dueños de mi himno y con eso se pagaba la experiencia aunque fuera en libras.

Redescubrí canciones que, cantadas en vivo, tornan un significado mucho más emotivo y provocan esa magia oculta de «conectar». Casi lloré, grité, salté (poco porque fascitis plantar), bailé y me sentí parte de un grupo de gente unida por un común (all the people, so many people).

Ellos estaban totalmente entregados al momento y a su público. Comparados con otras veces que los he visto en vivo, esta vez rompieron todos los protocolos y se divirtieron, disfrutaron y «conectaron» con los (creo) 90 mil asistentes.

Fue mágico de verdad.

Ojalá hubiera un video que hiciera justicia a lo que se sintió, a lo que vibró en ese estadio ese día.

Decirse sus verdades

Ando que escribo y escribo y no escribo. Y no es por falta de ganas, quizá sí de inspiración pero más bien es porque unos piensos me andan consumiendo el talento. (¿Cuál?)

Sucede que en la H.Corporación ocurre un interesante proceso una vez al año donde, cual chat roulette pero en persona, uno se va diciendo sus verdades entre colegas durante aproximadamente dos meses.

Uno escoge de quienes te gustaría escuchar su retroalimentación y también recibe amables invitaciones para dar la suya. Y pues eso al final del día, es un regalo.

Y al verlo como un regalo, no puedo evitar echarle ganas y ahí me tienen, como mi amiga MJ piensa sus playlists, sentada frente a la computadora, con la mano acariciándome la barba elaborando sesudas sesiones de feedback que realmente nutran la carrera y el camino al éxito del otro.

Por eso me ard0 cuando leo unas cosas que ni se tomaron la molestia ni el talento de estar bien escritas o siquiera con una mínima dosis de generosidad. (Pero eso es otro post).

Es como cuando en la secu rolábamos el chismógrafo, nomás que ahora lo respondemos frente a frente y luego subiéndolo a una acusona plataforma que le manda todos los escritos al jefe.

Pero algo extraño sucede en la psique (en la mía, obvio) que lo que menos me estresa es que lo lea mi jefa sino en realmente encontrar qué puedo aportarle al otro que lo haga ser mejor, y no porque me sienta que sé todo (quizá sí) (no) pero porque pues sino qué pérdida de tiemp0. Para eso mejor me pongo a escribir mi blog. ¿No?

El matrimonio, las amistades y la vida también deberían tener sus meses de decirse sus verdades en un ambiente de neutralidad y de «ahora es cuando». Ni pex.

El que no ha pasado por un breakdown que tire la primera piedra

O lo que es lo mismo, ¿qué tienen en común Trainwreck y la historia de Eat, Pray, Love? Una crisis llámese de edad, existencial o de depresión.

Y todos les tenemos miedo a las crisis. Pero el problema es que les damos una connotación negativa y nos olvidamos de todo lo bueno que traen alrededor.

Quizá sí, no son momentos fáciles, generalmente vienen acompañados de pérdidas fuertes: trabajo, familia, pareja… y aunque a la no faltará el gurú existencial que nos diga que es la forma en que la vida nos libera de cosas que no necesitamos, pues no podríamos decir que ya no necesitamos a nuestros padres, por ejemplo.

Lo que sí puedo asegurar –ya pasado el cuarto piso– es que conforme crecemos, las crisis de la década anterior parecen fáciles, pero es que la vida es como un videojuego y aunque a veces no sabemos ni cómo pasamos el nivel, cuando lo miramos en retrospectiva ya no se ve tan monstruoso. O sí, pero nos queda el consuelo de que «ya pasó».

La despeinada del 2020 estuvo recia y estoy segura de que vendrán tiempos peores, como dijeron nuestros ancestros (por algo lo dijeron) pero al final uno vive del recuerdo bonito, del apapacho oportuno y de esa sensación de fortaleza que nos queda después de la sacudida.

La maravillosa vida de Don Pablo

A continuación, los relatos que comparte mi papá de su papá:

Mi papá nació el 28 de abril de 1930 y es hijo de Antonio y de Cleofas, tuvo muchos hermanos y hermanas pero yo solo conocí a mis tíos y tías: Vicente, Josefa, Mateo, Margarita, Teodoro, Manuel, Pedro, Simón y Jesús, ya todos fallecidos.

Don Pablo nació en Victoria, Guanajuato, un pequeño pueblito que quedó dividido por el paso de una nueva autopista y de donde emigró a la Ciudad de México siguiendo los pasos de su hermano Teodoro. Sin siquiera saber dónde vivía, a sus 13 años, Pablo se trepó en un camión carbonero y logró encontrar a su hermano. Imagínense la impresión del hermano cuando de repente le llamaron por la espalda y al voltear se encontró con un persona toda manchada de tizne. En cuanto se reconocieron, lo llevó a su casa, lo metió a bañar y le dio ropa limpia. Poco a poco la situación de mi papá cambio y mejoró día con día. Su crecimiento comenzó cuando ingresó al gremio hotelero, en donde comenzó desde abajo hasta llegar a ser portero en el hotel Montecasino. Sus deseos de superación lo llevaron a interesarse en el aprendizaje de lenguas extranjeras como el inglés, francés, alemán y japonés, gracias a lo cual se convirtió en guía de turistas. Lo extraordinario es, que cuando se vino a la CDMX, apenas sabía leer y escribir pues no terminó ni el segundo de primaria, pero su tenacidad y sus deseos de superación lo sacaron adelante.

Mi papá fue un hombre bastante generoso con su familia, desde que tengo uso de razón las puertas de su casa siempre estuvieron abiertas para cualquier pariente que viniera de su pueblo a probar suerte en la CDMX; ya fueran hermanos, sobrinos o primos. En ocasiones, sus papás se pasaban una buena temporada con nosotros. Recuerdo que en algún momento, llegué a contar hasta 16 personas viviendo con nosotros. Nunca olvidó las penurias que él vivió en la Ciudad y por lo tanto no quería que nadie cercano a él las padeciera. Siempre compartía lo que le gustaba. ¡Cómo olvidar las barbacoas de fin año en su casa! Al final yo creo que lo que más le satisfacía era ver su casa llena de gente y la felicidad reflejada en sus ojos al ver a los demás disfrutar de una buena comida.
Fue un gran amigo que siempre estaba dispuesto para apoyar, tuviera o no tuviera dinero. Nunca olvidaré cuando me llevó a la marcha del 68.
Debo mencionar que su carisma y alegría de vivir siempre lo motivó a mantener una excelente relación con sus compadres, de los cuales, al parecer, es el último que sobrevivió.

El justo

«Nomás tú te ríes de mis chistes». El humor de Don Pablo era arriesgado, catártico y cruel. Pero sus tonteras me sacaban carcajadas. Sus concursos de baile, su risa enseñando toda la mazorca y ese chiste que repetimos por años hasta que hoy se volvió realidad. «Ya estoy pa’l hoyo». Y su cita se consumó.

Ya no se enteró, pero desde que empecé a tener conciencia, él fue mi primera inspiración para aprender idiomas y conocer un poquito del mundo que tanto le platicaban sus clientes. Las vueltas en su taxi de turistas me hacían sentir como si fuera de la realeza.

Hasta siempre, Cha-Cha, yo seguiré aquí buscando los costales llenos de oro que me dejaste en algún lado, comprando sin preguntar cuánto cuesta para pedir cambio, parando la trompa y moviendo el bote como tú me enseñaste.