El tufo citadino

El tufo citadino

Una de las sensaciones que más amo al viajar, es percibir ese tufo que te llega en cuanto sales del aeropuerto. Para mí todas las ciudades tienen uno en particular y cuando vuelves a visitar uno de esos destinos, esa primera bienvenida que percibe tu olfato es la que le informa a tu sistema en donde estás. Es mi forma de conectarme con una ciudad, con el ritmo de vida, es casi lo que activa mi sistema para decirme hacia donde debo caminar. Por ejemplo, para mí, L.A. huele a Coppertone de coco, Nueva York a nueces tostadas, el D.F. a alcantarilla (triste pero cierto), París a pan, Madrid ¡A cigarro!, y Sydney a mar… a tranquilidad.

El valle de la semiótica

En la Universidad me tocó llevar la materia de Semiótica 1 y 2. Tenía un maestro muy bueno, al que solo yo le entendía y hasta eso, hoy me resulta imposible recordar claramente qué fue eso que aprendimos. Durante el primer nivel de semiótica, al ver nuestras caras de confusión nos decía «Este semestre está lleno de información complicada y parece que estamos subiendo una cuesta interminable, pero el siguiente, les prometo que veremos el valle de la Semiótica». Y eso mismo siento que pasa con las dietas.

A. ha demostrado ser un verdadero jedi del régimen alimenticio, pero estaba llegando al temido punto en toda dieta donde, ya no bajas tanto de peso y con poco que la quiebres, incluso hasta ganas algunos gramos y empezaba a desesperarse. Pero yo siento que quienes logran pasar este momento, que es como saltar ese punto donde rompen las olas en el mar, llegan a una etapa donde la buena alimentación y el movimiento se vuelven un hábito, donde el cuerpo sabe que no vas a matarlo o a atascarlo de comida y logra un ritmo constante y natural para metabolizar lo que ingerimos y así poco a poco, se vuelve natural estar en tu peso, y se siente como ver el valle de la Semiótica.

Por mi parte, fui a mi cita semestral (que esta vez fue anual) con el Endocrinólogo, mi dosis aún no está perfecta así que hizo algunos ajustes. Ya nos dirá la báscula si ayudaron o no. Mientras tanto, creo que por fin puedo funcionar durmiendo 7 horas y no las 9 que necesitaba. Algo es algo.

Peso actual: 62.6
Peso por bajar: 9.6

Love is a feeling

Así dice el coro de una de mis canciones favoritas de Michael Jackson. Empecé a ser fan con el disco Dangerous (I’m sorry if I disappoint you) pero en mi favor debo decir que a partir de ahí me puse a escuchar sus otros discos, en loop. Pero cuando escuchaba Give in to me, con mi discman, sin entender qué era eso que sentía, puedo decir, ahora a la distancia, que fue cuando aprendí que la música despierta emociones que no necesariamente tienen una etiqueta. Hasta me acuerdo que me aventé uno de esos «pensamientos» que me daba por escribir. De haber nacido millenial tendría un Tumblr «bien acá». El punto es que en aquel entonces si algo me conflictuaba era tener que etiquetar sentimientos, tenía tantos, que qué necesidad. Mejor ir por la vida como esa ollita exprés de hormonas y emociones y desahogarlas con los audífonos puestos y bailando.

Ahora creo que parte de la madurez es la plena conciencia y la serenidad de contemplar los sentimientos, de reconocerlos, de observarlos sin juzgarlos, sin castigarse o criticarse. Y hoy estoy en uno de esos días donde observo mi frustración y mi nostalgia como aquello que mañana me inspirará a volver a agarrar mis herramientas y seguir en el juego. Frustration is a feeling, nothing more.

Peso actual: 63.2
Por bajar: 10.1

 

Globo ponchado

Una vez pasado el shock de la radiación, del encierro de 10 días, la primera salida de mi casa fue al súper (así son de glamurosa) y sorpresa: me caí de nuevo, pero ahora sí me ayudaron a levantarme y activé la alarma de la tienda por la radicación remanente, lo bueno que llevaba conmigo un permiso del ejército para ser radioactiva. No sé si todos los que pasen por eso, tengan que andar así por la calle, fue una experiencia muy desconcertante.

Mi cuerpo era una montaña rusa de hormonas, la verdad me sentía peor. Todos los días me sentía como si hubiera corrido un maratón (ahora sé que siente al menos correr 10k) y no dormía bien porque aún tenía taquicardia. El doctor me explicó que lo que pasó con mi tiroides fue como ponchar un globo de agua, por lo que toda la tiroxina se regó por mi cuerpo, así que sí, estaba peor. Y debo confesar que para cuestiones laborales también fue difícil porque físicamente no me veía mal y llevaba dos semanas sin trabajar así que se esperaba mi máximo rendimiento y era cuando más difícil me estaba siendo todo. Estaba más gorda que nunca, ya tenía casi 10 kilos encima, nada de mi ropa me quedaba, mi cara estaba abotagada, no quería salir de mi cama, se estaba tan feliz abajo de las cobijas y el mundo era tan cruel. Recordemos que tenía que ir con todo mi exceso de peso y mi agotamiento a ver lo feliz que eran mi ex novio y mi ex mejor amiga en su floreciente romance. Un terror total. Pero el doctor me lo prometió, peor que eso no volvería a estar y así fue.

En mayo (cinco meses después) por fin dejé de tomar cortisona pues mi corazón estaba retomando un ritmo normal y mi cuerpo estaba a punto de desechar lo último de tiroxina que quedaba regada.  Era talla 13. Y entonces sí venía lo bueno: la dieta que me regresaría a lo más cercano que se pudiera de mi peso original y aquí es donde empieza lo divertido.

LA lista

Llega el momento en toda dieta en el que se han acumulado tantos antojos que hasta pueden enlistarse:
– Pizza
– Mixiotes
– Gordita grasienta de chicharrón *saliva*
– Gansito
– Pasas cubiertas de chocolate
– Chilaquiles
– Chetos
– Arabule

Y es entonces cuando recurro a mi foto motivacional de delgadez. Omm.

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Mujeres con pantalones que usan faldas

O lo que es lo mismo: ¿por qué me está gustando tanto Downton Abbey?
Hoy vi Endless Love y pensaba escribir una reseña al respecto y quizá en medio de esta maraña de ideas salga. La película es una chick flick actual que, en lo personal, decepciona. Cuenta la historia de una pareja de recién graduados de prepa que ven frustrado su amor por la obsesión del papá (suyo de) ella para que se concentre en su carrera de medicina y en lo posible se ligue a un futuro cirujano de prometedor futuro y no al hijo del mecánico con quién se ha estado echando ojitos, chon y colchón. La historia se desarrolla torpemente con base en una check list de clichés musicalizados por las bandas indies del momento. Pero los personajes desesperan: por ejemplo, la mamá de la protagonista quiere enviar una carta de recomendación a una universidad para que acepten a su nuevo yerno y así se supere (y se parezca un poco al prospecto que tenían pensado para su hija) pero le pide al marido que ponga la carta en el correo. Porque aunque la historia suceda en 2008 o 2013, aún no se estila el correo electrónico ni mucho menos que las mujeres por sí solas puedan poner una carta en el correo. Ash.
En cambio, en Downton Abbey, una historia que sucede en una hacienda en Inglaterra en 1917-1920 (hasta ahí voy), las mujeres saben lo que quieren y se mueven para lograrlo. Cada una desde su trinchera, la mucama que renuncia para volverse secretaria y tener un oficio mejor remunerado y porque era su sueño, la señora que se niega a permanecer encerrada bordando o chismeando y crea su propia fundación, la heredera que cambia su vestido largo por el uniforme de enfermera y más y más.
Y sí, también tiene sus clichés de telenovela, pero caen tan natural en la historia que no ofenden la inteligencia del espectador que en sus más salvajes sueños también aspira a lograr sus salvajes metas y ponerse los pantalones para lograrlo.

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¡Hasta ahora!

Me gusta que los españoles digan «hasta ahora» en vez de «hasta luego». No me gusta escribir sobre las penas profundas de mi corazón en redes sociales porque creo que el dolor que causa la partida de un ser querido se lleva ahí, en el corazón y no se cura con likes o favs. Pero esta vez no tengo a quien abrazar, a quien decirle lo siento… en persona, al menos. Están del otro lado del Atlántico en el mismo shock en el que estoy yo. Se fue mi sensei en edición de revistas. La mujer que además de enseñarme a hacer cuadrículas o planillos, como ella les decía, que me enseñó el poder de la desconexión laboral de vez en cuando; a exigir para mí y todos mis compañeros; a argumentar mis ideas; a escribir pensando en quién leería; a meterme en el universo adolescente como si fuera el mío. Y todo eso me lo enseñó por la mala y por la buena. Era exigente, «un pain in the ass» como ella misma decía, me cuestionaba todo, movía las cosas milímetros y al final el resultado nos gustaba a todos.

Hablaba con ella todos los días en punto de las 9:30 AM, para ella eran las cuatro y nos visitaba dos o tres veces al año. Eran las semanas más intensas de cada trimestre pues además de escuchar qué estaba haciendo mal durante toda la jornada laboral, la llevaba a restaurantes donde exigía la máxima calidad en lo que le servían. Recuerdo cómo se desesperaba porque no le daban limón con la coca light que pedía. Entonces se me iban los días explicando las cosas diferentes que hacemos en México y hablando un español a la Hugo Sánchez para darme a entender lo más claramente posible.

Ella era una mujer fuerte capaz de mover al ejército más huevón. Una alemana con más de 20 años de vivir en Madrid, y además, Aries, era la bomba atómica en persona. El huracán Katrin, le llamábamos a esas semanas en las que estaba de visita. Y hoy el Cáncer le ganó y ni un hasta ahora le pude decir. Y después de tanto amor/odio, me quedó mucho aprendizaje, un aprecio que no siento por nadie más y una enciclopedia de lecciones heredadas. Una vez se fue temprano de la oficina porque su muchacha quería hacerle un pastel al tipo que le gustaba y ella fue a ayudarle. Esos eran sus momentos. ¡Hasta ahora, guapa!

Un día a la vez, una semana a la vez, una cosa a la vez

En enero leí The Amazing Adventures of Dietgirl que cuenta la historia de una chica australiana que pesaba 160 kilos y un día decidió que no quería seguir viviendo oculta en su casa por temor a que su gordura no la dejara vivir. Y es así como narra la forma en la que empezó a cambiar sus hábitos de bienestar. Se inscribió a Weight Watchers para aprender a comer pero poco a poco fue aprendiendo y conociendo su cuerpo hasta encontrar qué era lo que funcionaba para ella. Entre esas cosas descubrió que esto de los cambios no se pueden hacer todos de la noche a la mañana, pero que sí podía hacer una cosa cada semana. La primera, empezó la dieta, la segunda empezó a tomar sus dos litros de agua diarios, la tercera salía a caminar… y así sucesivamente. Y como esa filosofía me gustó, empecé casi igual. Las primeras semanas siguiendo el nuevo régimen, planeando menús para la semana, comprando de acuerdo a ellos, (debo mencionar que es muy satisfactorio llegar al fin de semana y ver como se vacía gradualmente el refri, como no desperdicias, como todo lo que está y estuvo ahí sirvió para tu bienestar). La siguiente semana, tomar agua, para eso le puse una hora a cada cuarto de litro, de tal forma que me tomo el primero hasta antes de comer y el segundo litro después y creo que a ese respecto por fin logré hacer el hábito de tomar dos litros al día pues mi cuerpo me lo pide. Ya es más por costumbre que por obligación. Y el tercer logro, que hice estas dos últimas semanas que terminó fue irme caminando a trabajar. Creo fervientemente que caminar es el mejor ejercicio.  Esta semana lo hice cuatro de cinco días y el resultado fue restarle un kilo a la báscula.

No me quiero emocionar pero puede ser que estemos de vuelta en el juego, así, un día a la vez, una cosa a la vez, una semana a la vez.

Peso actual: 63.1

Peso perdido: 1 kg

Por perder: 10.1 kg

Olen naimaton

Al mes de tomar Cortisona mi cuerpo estaba listo para el verdadero tratamiento para mi Bocio tóxico difuso, o algo así se llamaba mi achaque. La aventura consistía en tomar 100 mililitros de Iodo radiactivo que eliminaría la tiroides de mi cuerpo. Había que tomar esa decisión radical pues mi hormonita ya estaba en el punto sin retorno. Y así fue. Llegué al hospital donde me recibieron con los brazos abiertos. El doctor me explicó que tenía que entrar a un cuarto con paredes de plomo (!), sacar el frasco del baúl -de plomo-, tomar todo el contenido y volver a guardar el frasco en el baúl. Una vez hecho eso, debía evitar el contacto con cualquier persona a más de tres metros, por lo que pasaría 10 días encerrada en mi cuarto, comiendo en platos desechables, poniendo mi basura en una bolsa negra que debía cerrar perfectamente y dejar en la puerta de mi cuarto. También me dejaban la comida en la puerta, era como ser un exiliado en tu propia casa.

Aunque para nosotros los inactivos con cierta adicción por consumir películas y series, también fueron días maravillosos para ver maratones y películas que duraban más de tres horas. ¡Vi dos veces Lo que el viento se llevó! Incluso encontré en una página de internet cursos para aprender finlandés: Mina olen Lucy. Mina olen naimaton. Algo así se decía me llamo Lucy y soy soltera. Frases que una debe dominar en cualquier idioma pues una nunca sabe donde se presentarán las oportunidades.

En ese momento, según yo me sentía perfectamente, pero tiempo después caí en la cuenta que una persona que se siente bien, no podría pasar 10 días encerrado tan feliz como yo me la pasé. Y pues sí, necesitaba dormir y descansar mucho. Hacer reposo total y no me quedó de otra. Obedecí y mi cuerpecito se dejó.

La culpa la tienen las estrellas

The fault in our stars es el libro más bonito que he leído desde Tokio Blues. Y sí, ya sé que hoy en día los que no leen ya superaron a García Márquez como su quesque autor favorito y que mi adorado Murakami ha ocupado su lugar. Es el segundo libro que leo de John Green y me quité el sombrero. Primero leí Buscando a Alaska y me gustó mucho su estilo sencillo, natural, su retorcido sentido del humor, pero ahora con Bajo la misma estrella, sumó a ese talento la capacidad de describir el dolor como pocos autores lo logran. Es como si él mismo lo hubiera sentido, pocos son capaces de describir esos dolores tan invasivos en el cuerpo, que te hacen olvidar incluso quien eres y los buenos sentimientos que viven en ti. Y él lo logra de forma magistral.

Hazel Grace es una chica de 17 años con un cáncer que empezó en la tiroides y bajó a los pulmones, por lo cual ahora vive sujeta a un tanque de oxígeno permanentemente. En el grupo de apoyo para adolescentes con cáncer, conoce a Augustus, un chico que sufrió osteosarcoma que lo llevó a perder una pierna. En medio de las pérdidas, el dolor y el cuerpo que no responde, ellos encuentran el amor cómplice que tanto me gusta leer y ver en las pantallas.

Creo que sin recurrir a situaciones sobrenaturales (vampiros), Green logra retratar una historia de amor más profunda, emotiva y al mismo tiempo desgarradora que cualquiera de los demás autores contemporáneos de literatura juvenil han hecho.

La mejor noticia es que va a ser película y yo había procurado mantenerme alejada del trailer hasta no haber leído el libro. Lo terminé la semana pasada y, hoy lo vi. Por un segundo me preocupé de que me fueran a cachar llorando en la oficina frente a la computadora, pero no pasó. Debo decir que mientras leí el libro, me mantuve estoica, sin derramar una lágrima. Lo leí con la dignidad y aplomo que Hazel me enseñaba, pero al ver la historia moverse y sonar, no pude resistirlo.

La protagonista será Shailene Woodley y creo que es de las contadas estrellas juveniles que además de saber posar en las alfombras rojas, también sabe demostrar emociones, o sea actuar.

En ti tengo puestas mis esperanzas.

Creo que tenemos una opción en este mundo en cómo contar las historias tristes. Por una parte, puedes disfrazarlo. Donde nada están tan arruinado que no pueda arreglarse con una canción de Peter Gabriel…