El dolor

Cuando entras en urgencias, una de las primeras cosas que te piden es que puntúes tu dolor en una escala del uno al diez (…) recuerdo una vez, al principio, que no podía respirar y sentía que el pecho me ardía, que las llamas me devoraban por dentro de las costillas (…) una enfermera me preguntó por el dolor, y como ni siquiera podía hablar, le mostré nueve dedos.

–¿Sabes por qué sé que eres una luchadora? Porque has dicho nueve, cuando era diez.

Pero no era del todo cierto. Había dicho nueve porque quería reservarme el diez. Y ahí estaba, el gran y terrible diez, golpeándome una y otra vez mientas, tumbada en la cama, inmóvil y sola, miraba el techo fijamente, y las olas me lanzaban contra las rocas y volvían a arrastrarme hacia el mar para poder lanzarme otra vez contra el recortado acantilado, y me dejaban flotando boca arriba en el agua, sin ahogarme.

Esta vez no habrá reseña de Bajo la misma estrella porque me resulta imposible describir las distintas áreas del corazón que esta historia ha tocado, solo sé que el dolor, las despedidas e incluso el amor nunca alguien los había descrito tan bien para mí como lo hizo esta historia. Y sí, quizá no he leído suficiente poesía o literatura o quizá no sea yo la más erudita y conocedora de la historia del cine, pero no escribo para lucirme sino para contarle a alguien más, que deambula en internet, como a mí me gustaría que me contaran las cosas.

Lo que opiné de la novela en la que está basada esta película, esta aquí.

Pasen a ver a la muuuujer barbuda

Si en los 80, cuando veíamos el OTI y el festival Juguemos a cantar me hubieran dicho que veinte años después una mujer barbuda estaría cautivando los corazones del mundo, hubiera pagado por ir a ver esa ciencia ficción. Y está pasando. Conchita Wurst es la Monster High de la vida real. Viene a recordarnos que uno «Hace su propio juego» y simplemente a seguir las reglas que otros imponen. Y así, con barba recortada y vestido ceñido, abre la boca y suelta una voz capaz de transmitir lo que se le antoje sin que uno se ponga a pensar: ¿será mujer, hombre, quimera? Porque lo que estamos aprendiendo, como sociedad (ja) es que aquellas dos limitadas etiquetas se quedaron en el pasado y que hoy en día una persona es más que la clasificación en la que se acomode, que hay tantas etiquetas como personas y que uno crea su propio catálogo.

Aquí la entrevista con Graham Norton y su épica participación en la final de Eurovision.

Débil e inconstante

Yo creo que la razón de mi no éxito en el internet es mi falta de constancia. Si tan solo me hiciera el hábito de, todos los días, pasar por aquí y soltar alguno que otro chistorete de esos que se me ocurren cuando veo gente en la calle, pues ahora mismo estaría cerrando tratos para la publicación de mis chick-lits y negociando con el productor de Hollywood que quisiera manosear mi historia. Pero la realidad es que estoy aquí, con mi gato en el regazo (digo gato, porque gata suena gacho) escribiendo en silencio, esperando el pedido del supermercado a domicilio porque, aunque la entrega cuesta 34 pesos, si voy yo al súper, gasto 200 más, soy débil. Débil e inconstante.

Hace dos semanas un sabio amigo, gurú del mundo corporate, me decía que capitalizara este cambio sustancial que tendrá mi vida profesional, que hiciera un inventario de skills y definiera qué rumbo quería que tomara mi carrera, me dijo (y eso también lo he pensado) que era esta la oportunidad perfecta para empezar de cero algo en lo que ya tenía ganas de intentar pero no me había atrevido. Así que me dio la receta que me han dado el 90% de las personas a quienes les he contado del suceso: que me pusiera a pensar.

Y de tanto pensar y pensar ya me dueeele la garganta, como cantaban la  Guayaba y la Tostada en Las mañanitas alternativas de Pedro Infante. Y literal me duele la garanta, y el pecho, y la nariz, y los oídos… Me dio un gripón como nunca había sentido (welcome to the 30s) y me dormí tres días. Así. Bien padre.

Entonces sigo sin pensar y hasta ahora solo llevo dos características de mi inventario y son: débil e inconstante. Seguiremos en la pensadera.

Here comes the fan time

(Léase en tonada Here comes the night time de Arcade Fire)

El 2007 fue un gran año para mí. Entre otras cosas me mandaron a cubrir un festival de música que empezaba a hypearse en Indio, California. Un año antes había escuchado de él y me había quedado con las ganas por exceso de presupuesto (chiste godín). Pero en 2007, año donde varios sueños se hicieron realidad, me tocó ir. ¡Y fue mágico! Durante dos semanas tuve la sensación de estar enamorada… de Coachella. Aquella vez, antes de los Red Hot Chilli Peppers, tocaba un grupo del que había escuchado un par de canciones que me gustaban. A los 10 minutos de concierto, caí en cuenta de que estaba viviendo algo increíble. Era Arcade Fire y su Keep the Car Running me aceleró el pulso. Esa vez regresé pensando que estaba en el top 5 de presentaciones. Luego, en mi efecto postCoachella, leí varias reseñas y una de ellas estaba escrita por el director de musicalización de Grey’s Anatomy (hey, era 2007 y era cool ver Grey’s) en donde afirmaba que Arcade Fire había sido uno de los mejores actos de ese año. No podía ser el mejor porque fue la reunión de Rage Against the Machine y nada podía ganarle a 65mil personas zarandeando el desierto con sus brincos. Años después los volví a ver en México con The Suburbs y luego con Reflektor. Los vi en el Vive Latino y sí, estuvo padre, peeeeero en Coachella, ¡santo dios!

Primero, un señor me cedió su lugar pegado a una bardita de las que usan para que no se amotine toda la gente hasta adelante. Dicha bardita tenía una banquita a 50 cm del piso. Así que esperé cómodamente sentada a que empezara el show. La bardita en realidad hacía una esquina con el pasillo central y la consola de audio. En esa T que se formaba, estaba parado Jared Leto. Vi el 90% del show incada en la bardita que me colocaba a la misma altura del señor alto de adelante, por lo que vi casi todo. Cuando Regine cantó Sprawl II en medio, lo hizo en medio de esa T por lo que la vi cerquísima y en las últimas dos canciones, me subí a la barda y vi todo de todo. Y lo mejor, cuando se bajaron a tocar con Preservation Hall Jazz Band, los vi enfrente. Esas que parecen tonteras fueron sumando emoción, emoción que a tres semanas no he olvidado y que cada que alguien menciona algo de ese momento, corro a leerlo. Y por eso mejor escribí mi versión. Todo se lo debemos a este post de @ElHyp3.

Si tienen tiempo vean la presentación de 2007

Y si tienen más, algo de 2014:

El lujo en los dosmilesdieces

Mis caminatas matutinas me están acomodando las ideas. Un movimiento telúrico de orden laboral me hizo replantearme mi plan de carrera profesional, esa cosa que había metido en un cajón abajito de la zona de confort. Pero bastó una sacudida para reaccionar y voltear a ver el panorama. Al principio sentí pánico, pero conforme han pasado los días y los kilómetros caminados me he estado haciendo consciente de lo que sé hacer, de las habilidades y conocimientos que he adquirido en estos 10 años de aparente confort. Y entonces, la idea vino a mi mente. Pensar en un proyecto en el que invierta ciertos años de mi vida y que sea nada más y nada menos que mi plan de retiro. Un proyecto que llegados esos cinco años me de lo suficiente para vivir el verdadero lujo de los dosmiles: una vida cómoda sin trabajar; porque eso de trabajar doce horas diarias para poder estrenar un auto con bluetooth integrado, no es lujo, es tontería. Y allá voy. 

El tufo citadino

El tufo citadino

Una de las sensaciones que más amo al viajar, es percibir ese tufo que te llega en cuanto sales del aeropuerto. Para mí todas las ciudades tienen uno en particular y cuando vuelves a visitar uno de esos destinos, esa primera bienvenida que percibe tu olfato es la que le informa a tu sistema en donde estás. Es mi forma de conectarme con una ciudad, con el ritmo de vida, es casi lo que activa mi sistema para decirme hacia donde debo caminar. Por ejemplo, para mí, L.A. huele a Coppertone de coco, Nueva York a nueces tostadas, el D.F. a alcantarilla (triste pero cierto), París a pan, Madrid ¡A cigarro!, y Sydney a mar… a tranquilidad.

Love is a feeling

Así dice el coro de una de mis canciones favoritas de Michael Jackson. Empecé a ser fan con el disco Dangerous (I’m sorry if I disappoint you) pero en mi favor debo decir que a partir de ahí me puse a escuchar sus otros discos, en loop. Pero cuando escuchaba Give in to me, con mi discman, sin entender qué era eso que sentía, puedo decir, ahora a la distancia, que fue cuando aprendí que la música despierta emociones que no necesariamente tienen una etiqueta. Hasta me acuerdo que me aventé uno de esos «pensamientos» que me daba por escribir. De haber nacido millenial tendría un Tumblr «bien acá». El punto es que en aquel entonces si algo me conflictuaba era tener que etiquetar sentimientos, tenía tantos, que qué necesidad. Mejor ir por la vida como esa ollita exprés de hormonas y emociones y desahogarlas con los audífonos puestos y bailando.

Ahora creo que parte de la madurez es la plena conciencia y la serenidad de contemplar los sentimientos, de reconocerlos, de observarlos sin juzgarlos, sin castigarse o criticarse. Y hoy estoy en uno de esos días donde observo mi frustración y mi nostalgia como aquello que mañana me inspirará a volver a agarrar mis herramientas y seguir en el juego. Frustration is a feeling, nothing more.

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Por bajar: 10.1

 

Mujeres con pantalones que usan faldas

O lo que es lo mismo: ¿por qué me está gustando tanto Downton Abbey?
Hoy vi Endless Love y pensaba escribir una reseña al respecto y quizá en medio de esta maraña de ideas salga. La película es una chick flick actual que, en lo personal, decepciona. Cuenta la historia de una pareja de recién graduados de prepa que ven frustrado su amor por la obsesión del papá (suyo de) ella para que se concentre en su carrera de medicina y en lo posible se ligue a un futuro cirujano de prometedor futuro y no al hijo del mecánico con quién se ha estado echando ojitos, chon y colchón. La historia se desarrolla torpemente con base en una check list de clichés musicalizados por las bandas indies del momento. Pero los personajes desesperan: por ejemplo, la mamá de la protagonista quiere enviar una carta de recomendación a una universidad para que acepten a su nuevo yerno y así se supere (y se parezca un poco al prospecto que tenían pensado para su hija) pero le pide al marido que ponga la carta en el correo. Porque aunque la historia suceda en 2008 o 2013, aún no se estila el correo electrónico ni mucho menos que las mujeres por sí solas puedan poner una carta en el correo. Ash.
En cambio, en Downton Abbey, una historia que sucede en una hacienda en Inglaterra en 1917-1920 (hasta ahí voy), las mujeres saben lo que quieren y se mueven para lograrlo. Cada una desde su trinchera, la mucama que renuncia para volverse secretaria y tener un oficio mejor remunerado y porque era su sueño, la señora que se niega a permanecer encerrada bordando o chismeando y crea su propia fundación, la heredera que cambia su vestido largo por el uniforme de enfermera y más y más.
Y sí, también tiene sus clichés de telenovela, pero caen tan natural en la historia que no ofenden la inteligencia del espectador que en sus más salvajes sueños también aspira a lograr sus salvajes metas y ponerse los pantalones para lograrlo.

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¡Hasta ahora!

Me gusta que los españoles digan «hasta ahora» en vez de «hasta luego». No me gusta escribir sobre las penas profundas de mi corazón en redes sociales porque creo que el dolor que causa la partida de un ser querido se lleva ahí, en el corazón y no se cura con likes o favs. Pero esta vez no tengo a quien abrazar, a quien decirle lo siento… en persona, al menos. Están del otro lado del Atlántico en el mismo shock en el que estoy yo. Se fue mi sensei en edición de revistas. La mujer que además de enseñarme a hacer cuadrículas o planillos, como ella les decía, que me enseñó el poder de la desconexión laboral de vez en cuando; a exigir para mí y todos mis compañeros; a argumentar mis ideas; a escribir pensando en quién leería; a meterme en el universo adolescente como si fuera el mío. Y todo eso me lo enseñó por la mala y por la buena. Era exigente, «un pain in the ass» como ella misma decía, me cuestionaba todo, movía las cosas milímetros y al final el resultado nos gustaba a todos.

Hablaba con ella todos los días en punto de las 9:30 AM, para ella eran las cuatro y nos visitaba dos o tres veces al año. Eran las semanas más intensas de cada trimestre pues además de escuchar qué estaba haciendo mal durante toda la jornada laboral, la llevaba a restaurantes donde exigía la máxima calidad en lo que le servían. Recuerdo cómo se desesperaba porque no le daban limón con la coca light que pedía. Entonces se me iban los días explicando las cosas diferentes que hacemos en México y hablando un español a la Hugo Sánchez para darme a entender lo más claramente posible.

Ella era una mujer fuerte capaz de mover al ejército más huevón. Una alemana con más de 20 años de vivir en Madrid, y además, Aries, era la bomba atómica en persona. El huracán Katrin, le llamábamos a esas semanas en las que estaba de visita. Y hoy el Cáncer le ganó y ni un hasta ahora le pude decir. Y después de tanto amor/odio, me quedó mucho aprendizaje, un aprecio que no siento por nadie más y una enciclopedia de lecciones heredadas. Una vez se fue temprano de la oficina porque su muchacha quería hacerle un pastel al tipo que le gustaba y ella fue a ayudarle. Esos eran sus momentos. ¡Hasta ahora, guapa!

Rehab

Llevo casi cuatro meses sin tomar coca light. Yo era de las que controlaban su adicción tomando sólo una lata diaria. También tomaba mis dos cafés del día con dos sobres de Splenda cada uno. Y me sentía bastante tranquila con eso. Con lo que no me sentía tranquila era con mi peso. Por aquellas fechas me tocó ir a presentar mi reporte anual a los mismísimos dueños de la empresa en la que trabajó. Y me cayó el 20 cuando me puse mis pantalones negros de ejecutivo zombificado y noté que a duras penas llegaba el botón hasta el ojal. Hice memoria y la última vez que los usé, aproximadamente un año antes, hasta grandes se me veían.

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