La música y yo

La música siempre ha sido una parte importante de mi vida. Desde niña, corría a quitar los discos de José José porque me deprimían y la canción del Ecoloco del disco de Burbujas porque me daba miedo. Podía bailar y dar vueltas por horas oyendo en repetición ad nauseam Mama dame 100 pesetas de Raffaella Carra, que por cierto yo localizaba a «100 pesitos» porque tenía más sentido para mí. Siempre hago eso. Soy Leo.

Pero no me voy a jactar de melómana porque quienes lo hacen, generalmente se inclinan por un gusto musical sofisticado, que incluye más brit pop, grunge o el anaquel de «alternativo» de Mix Up. En mi adolescencia era más Chica 97.7 que Rock 101, y por alguna razón no podía parar de escuchar Joyride de Roxette; pero el disco completo porque mi favorita era Knockin on Every Door. Quizá una semilla rockera habría en mí.

No recuerdo si mi primer concierto fue Parchis o Timbiriche, pero sí recuerdo que no podía parar de escuchar Acelerar a todo volumen en el tornamesas de casa de mis papás.

Cuando mi abuelita Juana me decía que no podría heredarme nada, yo le decía: «claro que sí: una de sus consolas»; y era un acuerdo tácito. Incluso llegó a decirme, cuando me mudé de casa de mis papás, que ya me la llevara. Pero mi desidia triunfó y el día que ella emprendió el viaje al arcoíris, muchas cosas desaparecieron de su casa, entre ellas las dos consolas. Ni modo.

Luego empecé a descubrir que el anaquel de «alternativa» en Mix Up no estaba tan mal y había cosas que me gustaban y que sin saber, ya las escuchaba porque las pasaban en Alfa.

(¿Ya me dieron unfollow?)

Entonces me empecé a aburrir de las canciones de siempre, llegó el primer iPod y empecé a robar música de las bibliotecas de los melómanos de verdad. Descubrí a Leonard Cohen, Elvis Costello y un programa británico llamado Later with Jools Holland.

Por trabajo, empecé a viajar mucho a Los Ángeles pero viviendo con un sueldo de periodista junior, mi máxima diversión era irme a meter horas a Amoeba a escuchar discos gratis.

Por cierto, ¿qué onda con Jools y la cantidad y calibre de sus invitados? (Kudos a ese booker).

La cosa es que muy a pesar de vivir la adolescencia en audífonos, no podría decir que soy fan aguerrida de alguien. No es que me sepa vida y obra de los músicos que me gustan ni tampoco que me sepa todas las letras. De hecho, pocas son las canciones que me sé de memoria y SIEMPRE les cambio la tonada. Pero disfruto montones la música en vivo y los conciertos tienen una magia que me resetean el cerebro más y mejor que horas de terapia y me regresan a mi centro. En serio, no sé cuál es la magia.

Blur en Wembley

La primera vez que fui a Coachella, invitada como prensa a cubrir el viaje de dos ganadores de una promoción, sentí que había llegado al lugar donde realmente pertenecía. (Más de eso aquí).

Y ese mismo sentimiento de magia, lo sentí el sábado 8 de julio en el estadio Wembley de Londres.

Cuando B for Beretta me dijo que tenía boletos extra porque ella, como buena y verdadera fan, sí se había levantado a las 4 am para comprarlos, mi cerebro se apagó y aceptó la transacción. Sonaba tan fácil.

Y la verdad que lo fue. El boleto de avión costó como lumbre pero tampoco nunca había realmente viajado a Londres para conocer la ciudad. Fui muchas veces en viajes de 48 horas para cosas de prensa, pero nunca realmente me di el tiempo de caminar por las calles y enterarme de los barrios y humores londinenses.

Todo eso pasó esta semana, pero el concierto de Blur en Wembley rápidamente se convirtió en uno de los favoritos en mi vida.

Sí, tuve que repasar canciones porque como ya se explicó, no soy fan aguerrida y valió la pena porque ellos son los dueños de mi himno y con eso se pagaba la experiencia aunque fuera en libras.

Redescubrí canciones que, cantadas en vivo, tornan un significado mucho más emotivo y provocan esa magia oculta de «conectar». Casi lloré, grité, salté (poco porque fascitis plantar), bailé y me sentí parte de un grupo de gente unida por un común (all the people, so many people).

Ellos estaban totalmente entregados al momento y a su público. Comparados con otras veces que los he visto en vivo, esta vez rompieron todos los protocolos y se divirtieron, disfrutaron y «conectaron» con los (creo) 90 mil asistentes.

Fue mágico de verdad.

Ojalá hubiera un video que hiciera justicia a lo que se sintió, a lo que vibró en ese estadio ese día.

Cómo conseguir boletos para Broadway a mitad de precio

O como yo le llamo: una historia más de amor con Nueva York.

Dicen que la diferencia entre el amor y el enamoramiento son las experiencias compartidas, pues son éstas las que consolidan una relación y unen a las personas. O algo así.

Esto me lleva a conlcuir que mi historia con Nueva York se está volviendo en amor del bueno.

Esa ciudad pasó de ser el sueño cumplido (por conocerla), a ser la ciudad donde Mr. A me dio el anillo de compromiso (dejo el video del momento), a volverme a enamorar con un musical.

La primera vez que escuché a Sara Bareilles fue con Love Song, de ahí escuché todo el disco y su voz, letras y arreglos a la Sheryl Crowe en pleno 2007, me conquistaron. Luego en 2013, Brave se volvió el himno que me ayudaba a superar el pánico que me causaban mis jefes alemanes y la incertidumbre por el trabajo que perdía.

Por ahí de 2006, pasaba casi todas las tardes sabatinas viendo películas con mi papá y mi hermana y en una de esas sesiones vimos – a petición mía- Waitress con Keri Russell interpretando a una mesera de la cafetería de un pueblo con un especial talento para preparar tartas. Sobra decir que al terminar la película corrimos a la panadería de confianza por una.

La película deja un sentimiento agridulce pues sus personajes no son puramente bondadosos pero sí son entrañables, cometen errores como toda la gente en la vida real y están en un momento de sus vidas bastante turbulento.

Sumen ahora todos estos ingredientes y tendrán uno de los mejores momentos que he vivido: Nueva York, musical en Broadway llamado Waitress, con música y letras por Sara Bareilles, inspirado en la película que vi con mi papá, ¡a mitad de precio!

Nunca faltaba quien me dijera que no valía mi ida a Nueva York si no entraba a ver un musical. Y yo pensaba: ¡Ah, sale! ¿Tienes 200 dólares que te sobren? Porque yo no.

Pero, ¿cómo conseguir los boletos a mitad de precio?

Resulta que es cuestión de mucha suerte. En pleno Times Square hay una taquilla en donde puedes ir el mismo día y si hay boletos para la función de esa misma noche, los encuentras al 50% de descuento. ¡Y voilà!

¡Pudimos ver Waitress por 89 dólares!

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¡Y desde este increíble lugar! ¡Ninguna cabeza me tapó!

¿De qué trata Waitress?

Jenna tiene un marido maltratador. Mientras ella se desloma atendiendo mesas y preparado las tartas del restaurante donde trabaja, su marido le pide el gasto cada día que regresa de trabajar.

De pronto, se entera que hay un concurso estatal de tartas y ve el premio como la posibilidad económica de por fin poder dejar a su marido.  Porque en su mente, ella depende de él y no al revés. #AmigaDateCuenta

Jenna tiene dos amigas en la cafetería con sus propias y peculiares historias de amor.

Lo más bonito de este musical, además de la estética llena de color, es precisamente la música a cargo de Sara Bareilles, con letras que parecen inocentes y dulces, para darte un revés irónico, como la vida misma, que te golpean justo en tus frustraciones.

Como lo hace la película.

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No se pierdan mi cara de enamoramiento al final.

Y las voces son lo máximo, porque no son temas fáciles de cantar pero igual pienso prepararlos para la próxima noche de karaoke. Y también pienso regresar a Nueva York tanta veces como me sea posible porque esa ciudad nunca terminaré de verla.

Así, bien mágico.